Iniciamos el año haciendo nuestra la oración del Salmista: “Guárdame, oh Jehová; porque en ti he confiado” (Sal. 16:1). Con ello, reconocíamos la necesidad de ser “guardados” por Dios en nuestra integridad: física, moral, espiritual, emocional y material.
Sin embargo, el cristiano sabe que lucha contra tres (3) enemigos espirituales de su alma: el diablo (1 P. 5:8); el mundo (1 Jn. 2:15) y la carne (Gal. 5:16). Sabe que su lucha es dura y que el enemigo no duerme, sino que espera la más mínima oportunidad para hacernos caer y pecar.
En estos días de crisis y conflictos gravísimos en todo el mundo, es muy fácil ceder a la tentación y al pecado en sus múltiples manifestaciones; porque el pecado se manifiesta con muchos rostros, aun cuando existe la tendencia humana a estigmatizar los que hemos denominado más “groseros”. Pero, la verdad es que pecado es pecado a los ojos de Dios. Sin embargo, sabemos que cada tipo de pecado trae sus propias consecuencias.
La Biblia, para recordarnos que ninguno de nosotros está exento al peligro de pecar en cualquier momento, no escondió nunca el pecado de grandes y extraordinarios hombres de fe, tales como Noé, Abraham, Moisés, David, Elías, Pablo, etc.
Lo que el Señor quiere recordarnos hoy, es que NO OLVIDEMOS QUE ESTOS TRES ENEMIGOS ACECHAN PARA HACERNOS PECAR EN CUALQUIER MOMENTO; PERO, SI CAEMOS Y PECAMOS, NOS APROPIEMOS DEL PERDÓN.
Hoy, más que nunca, necesitamos echar mano de esta verdad. Por lo que echaremos un vistazo de esta doctrina al examinar el pecado del rey David y lo que Él escribió de su amarga experiencia. Los encontraremos en 1 Samuel 11 y los salmos 51 y 32.
Amados, todos luchamos con algo; Pero, todos queremos agradar a Dios. Y, hoy, en los momentos que vivimos, necesitamos abordarlo.
Pastor José A. Martínez
