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Hemos afirmado que el cristiano debe aprender a respetar y valorar la vida: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12) y, como el ser humano está en continuo cambio hasta el último momento de su vida, experimenta cambios a nivel biológico, psicológico y social, que deben ser atendidos responsablemente por la familia cristiana.
Así que, luego de 9 meses (aproximadamente 266 días) en el vientre materno, nace un ser humano que sale a recorrer el camino de la vida pasando por varias etapas: infancia, niñez, juventud, adultez y finalmente la vejez.
La primera etapa de la vida, la infancia, inicia con el parto. El bebé nace como un ser autónomo, pero totalmente dependiente de un alto para todo. ¡Sin un adulto muere! Es la madre la que asume este rol de cuidado primario, ella debe alimentarlo para que crezca sano y se haga un niño.
Pero, el nacimiento de un niño, cambia toda la dinámica familiar. Por lo que, requiere del involucramiento de todos en casa: madre, padre, hermanos si los hay, y el apoyo de los abuelos. Sin lugar a dudas, entra también en la ecuación para los creyentes, la familia de la fe. Pues, entendemos la necesidad de presentarlos y llevarlos a sala cuna, para que sus padres reciban el beneficio de adorar en el templo.
Siendo esto una etapa vital en la vida humana, la familia cristiana y la iglesia, debemos pensar y orar pidiendo al Señor sabiduría de lo alto, fuerzas y provisión para hacerlo de la mejor manera.
Hay muchas cosas que atender: alimentación, aseo, protección y seguridad, descanso, salud, lavar o comprar pañales y mil cosas más, que producen desgaste, agotamiento y tensión en la familia. Se multiplica cuando hay alguna condición de salud importante y delicada, incluso el riesgo de muerte. Por eso, alguien nos dijo sabiamente: “cuando los hijos llegan… ¡todo cambia!”.
Esto no debe tomar desprevenido a la familia cristiana que ora y se prepara. Y, un asunto muy importante, que quisiéramos no fuera así, pero la realidad, es que los creyentes no estamos exentos de situaciones de enfermedad y dolor. Hoy, pues, queremos ver cómo nos preparamos para esta etapa y cómo podemos apoyar todos, tanto en la familia como en la iglesia. ¡Bendiciones!
Pastor José A. Martínez
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